El gobierno de Alberto Fujimori, entronizado en el poder de forma dictatorial desde 1992 (año del autogolpe, estando él mismo en el poder desde 1990, cuando fue elegido democráticamente) hasta el 2000, se valió del miedo de la población al terrorismo y los conflictos fronterizos para desplegar un autoritarismo apoyado en grupos militares y paramilitares, alejándose de las prácticas democráticas y los derechos humanos.
En 1995, un largo conflicto fronterizo con Ecuador da lugar a la llamada Guerra del Cenepa, ganada por el Perú con la recuperación del territorio de Tiwinza, en el departamento de Amazonas. Este conflicto, aunado a la guerra antisubversiva, hizo que varios jóvenes, principalmente de las clases menos favorecidas, cumplieran años de servicio en las Fuerzas Armadas. Santiago es uno de ellos.
Como la mayoría de triunfos, reales o imaginarios, militares y policiales referentes a la lucha contra la subversión y los conflictos fronterizos, el mérito mediático recaía en Fujimori y sus supuestas dotes de estratega, dejando a los actores directos del éxito muy lejos de la atención pública y el reconocimiento. La crisis moral y social que recorría el país buscaba paliarse en nuevos hábitos de consumo, permitidos por la euforia de la nueva seguridad pública y el triunfo sobre la hiperinflación del gobierno anterior. Nuevos centros comerciales, discotecas, restaurantes son parte de la cara de esta nueva Lima a la que llega Santiago. Muy distinta y desordenada en comparación a la que dejó; violenta en su caos y nueva libertad.