Este discurso social se hace presente de modo nítido en el corazón mismo del relato audiovisual, en palabras de los personajes, y en toda la puesta en escena, dándose una apropiación y reelaboración de los discursos que circulan socialmente, por ejemplo en los medios de comunicación. Ahora bien, en las búsquedas de estas huellas de lo real deseamos distanciarnos de una posición que confunda estas marcas como “reflejo” de la realidad, ya que un discurso, cualquiera fuese su naturaleza o tipo, no refleja nada de ninguna realidad objetiva adonde ir a buscar el significado de lo que vemos. Por esta capacidad y riqueza, el cine nos acerca innumerables posibilidades para pensar la trama cultural de un país. Bolivia, por ejemplo, en tanto ficción cinematográfica, privilegia ciertas miradas, ciertas representaciones, resalta cierto imaginario social que podríamos considerar predominante de la Argentina del 2001; experiencias y relatos que ubican al otro como fuente de todo mal y a la dificultad de la relación con los otros en el punto más álgido. Estas consideraciones empujan a la xenofobia y en otra forma de esta expresión a su invisibilidad. “Llegaron para quedarse. Los extranjeros que invaden en silencio la Argentina ya son más de 2 millones. En los hospitales públicos les quitan el turno a los argentinos”. Fragmento extraído de la revista La Primera, Buenos Aires, abril de 2000. El otro diferente funciona como el depositario de todos los males, como el portador de las fallas sociales. Este tipo de pensamiento supone evocar un culpable y reducir a un objeto la complejidad de los procesos de constitución de lo social y de las experiencias humanas. Este tipo de operaciones consiste en licuar, disolver, la heterogeneidad de lo social, condensando en una figura una serie de antagonismos de tipo económico, políticos, sociales, morales. Como si el hecho de nombrar un componente amenazador nos alejara de la perplejidad e indignación de las desigualdades terrenales. Zizek (1998), pensador esloveno, analiza el ejemplo del judío para mostrar cómo se despliega la fantasía ideológica de creer que allí, afuera de lo social, en algún particular, se funda todo el problema. El truco del antisemitismo, dice, consiste en desplazar las problemáticas sociales, económicas, políticas, culturales, a un conflicto entre la sociedad –concebida como un todo armónico- y el judío –una fuerza extraña que corroe la estructura de la sociedad-. ¿Qué hizo Hitler, se pregunta Zizek, para explicar a los alemanes las desdichas de la época, la crisis económica, la desintegración social? Lo que hizo fue construir un sujeto aterrador, una única causa del mal que tira de los hilos detrás del escenario y precipita toda la serie de los males.