Hay dos elementos principales para desarrollar visualmente la historia, que es el desarrollo de las emociones y convicciones de Miranda: el rostro y las expresiones de Jimena Lindo, la actriz que la encarna, y la inmensidad y soledad de los paisajes del valle del Colca. Pero además del Colca, hay otros espacios que funcionan para contextualizar el origen y el final del conflicto y la transformación: las ciudades, Lima y Arequipa, como los espacios en los que la presencia del padre en el pasado hacen que Miranda recuerde y con el recuerdo nos presente sus intenciones, y el pueblo de Sibayo, lugar de encuentro final y espacio de reconstrucción personal del padre.
Los más ricos son, en primer lugar, el Colca presentado como una especie de desierto andino, siempre del color de la tierra seca y, eventualmente, del blanco de las canteras de sillar, que contrasta sólo con el cielo y con los eventuales pobladores que lo cruzan, con sus ropas y sus animales. Y en segundo lugar, la ciudad, especialmente Lima, donde se desarrollan los recuerdos de Miranda, en espacios cerrados que dejan adivinar la casa familiar, la cotidianeidad de las clases de natación, o del hospital, por ejemplo, pero donde lo más importante son los vínculos entre los personajes.
En el Colca, Miranda será siempre pequeña, algo que contrasta con la inmensidad y la soledad. La camioneta de Saúl funciona como una especie de aislante de esa realidad, la solidaridad que la protege y sin la cual no podrá hacer nada. Los planos encuadrados dentro de la camioneta construyen el espacio en el que se crea el vínculo entre ambos.
Los planos en general son quietos y no suele haber movimientos de cámara, más que aquellos exigidos para el seguimiento de la escena (como las escenas al interior de la camioneta). En los interiores, a diferencia de las escenas en el exterior, el espacio no tiene tanta importancia, a excepción de algunas escenas clave en Sibayo, como la comida en el comedor familiar de la casa del padre, donde Miranda es reconocida, o el reencuentro de ambos al interior de la iglesia, donde ella va a refugiarse ante la primera negativa de él de acompañarla a Lima.
El primer encuentro de ambos, en la bodega de la que él es propietario, tiene una carga dramática especial. Después de haber visto a Miranda, su rostro, sus preocupaciones, de haberla visto contrastada a la inmensidad del espacio, la vemos entrar a esta pequeña bodega donde se la sentirá igual de sola que en el medio del campo. El plano es muy abierto y tomado desde la parte alta de la habitación nos muestra a una Miranda enfrentándose por primera vez a su destino, a aquel que ha ido a buscar a este pueblito perdido. Él aparenta no reconocerla y creerle cuando se cambia de nombre y le miente sobre su trabajo en el pueblo, pero amable, le ofrece hospedaje. La escena es fugaz pero funciona por la tensión de la situación y las expectativas que genera.