En la comunidad Ajos del Corral, de Yauyos, viven los hermanos y primos Velásquez, en una sola casa. Son siete niños, de los cuales cuatro están en edad escolar. Por lo que puede apreciarse, sus familias viven del pastoreo de ovejas. Además, tienen algunas gallinas y conejos.
A las 4:30 de la mañana, los mayores ya se han levantado. Hay varias cosas que hacer en la casa antes de ir a la escuela: alimentar a los animales, limpiar, hacer las tareas escolares que no se hicieron en la noche, tal vez por el cansancio. Recién después de dos horas se les ve desayunar y prepararse para ir a la escuela. Por delante tienen más de dos horas de camino, en medio de la puna, cruzando ríos y montañas. Ya alguna vez uno cayó al agua y estuvo a punto de morir. A pesar de eso, siguen yendo a esa escuela que les queda tan lejos: es que no hay otra.
Más tarde, cuando regresen a casa, después de otras más de dos horas de camino, los mayores pastorearán las ovejas, les darán de comer, todos ayudarán a la limpieza del corral, prepararán la comida para la gente de casa. Luego, si se puede, harán las tareas, después dormirán. “Ya estoy cansado, ya”, dice uno de ellos.
La maestra Dalila Huapaya vive en Tinco, otra comunidad de Yauyos. Para llegar a Chaucha, donde queda la escuela, los lunes toma un bus que hace tres horas de camino. Se queda en Chaucha hasta el viernes, pasa sólo los fines de semana en Tinco, con su esposo e hijos. Se queja de la soledad, del frío, de la falta de infraestructura, de materiales. En clase disfruta de sus alumnos. Su rostro es como el de las madres de los niños Velásquez, pero su habla no es la de los campesinos: su castellano es correcto y tiene la formalidad de la autoridad.