Las diferentes voces (de los niños, de los adultos, de los campesinos, de la maestra) y el silencio son las principales herramientas sonoras del documental.
El caso de las voces retrata de manera sutil las expectativas que los pobladores del campo pueden hacerse respecto a la educación. En una de las primeras escenas está la madre preparando el desayuno, mientras que la niña menor termina su tarea ayudada por la mayor. “Añu”, dice la pequeña. “¡‘Año’, hija! ¡con ‘o’!”, corrige la madre. El saber supone la marca de la corrección, eliminar el habla “motosa”, diferenciarse de los que hablan mal el español, de muchos otros campesinos.
Lo contrario es el habla de la maestra, la autoridad de la instrucción. Su habla, que busca ser siempre correcta, mostrando un vocabulario amplio (hablando de la falta de luz eléctrica en la zona: “…a veces, para poder realizar nuestra clase es un poquito dificultoso… Es un pequeño problema, o un percance…”) es el ejercicio de esa autoridad.
El silencio es el permanente compañero de los pasos de todos los personajes: el exterior es inmenso y hay tan poquita gente. Los restos silenciosos de la mina también nos hablan de ese abandono, de la soledad. La inmensidad no suena a nada, hasta el río se pierde en el silencio del abandono.