Tramas - Educación, imágenes y ciudadanía
Sísifo, rey de Efira, molestó a los dioses por su extraordinaria astucia. Estos, lo condenaron a empujar perpetuamente un peñasco montaña arriba. Una vez en la cúspide, el peñasco caía rodando hasta el valle. Indefinidamente, Sísifo volvia a subir la montaña. Albert Camus retomó el mito de Sísifo para hablar de los esfuerzos inútiles del hombre moderno que consume su vida en un mundo laboral que lo deshumaniza. A pesar de que el texto de Camus responde a los postulados del existencialismo, la idea moderna del mito de Sísifo es fácilmente extraplolable a la figura de François Marin, el profesor de Entre muros de Laurent Cantet. François enseña francés en un instituto de la banlieu parisina. Sus alumnos no entienden por qué les explica el presente de subjuntivo si ellos no lo utilizan cuando hablan. François no puede perder los nervios ante las quisquillosas delegadas de la clase, ni puede ejercer de abogado bueno en los consejos de disciplina del instituto. Es un Sísifo moderno encerrado en las paredes de un instituto del siglo XXI que debe reconocer que, a pesar de sus esfuerzos por remontar la difícil pendiente, al final todo se desvanece. ¿Es este Sísifo moderno el prototipo de los profesores actuales?
Uno de los
grandes problemas de las películas sobre institutos reside en que sus
protagonistas nunca son Sísifos sino héroes míticos capaces de superar todas
las dificultades. Robin Williams enseñaba el carpe diem subiéndose a las mesas, mientras que en Rebelión
en las aulas, Sidney Poitier era capaz de
amansar a las fieras a base de buenos sentimientos. Entre muros de Laurent Cantet parte de la idea de que una buena
película sobre institutos no es la que propaga valores sino la que muestra las
cosas tal como son. En ella, el maestro nunca puede asumir la condición de héroe
pero la clase tampoco puede ser vista como el paraíso de la educación en
valores y competencias. La clase, como el mundo, es un espacio complejo. Es
donde se establecen las bases de una educación democrática que es preciso fomentar a pesar de que
todos los esfuerzos parezcan vanos. No es ninguna casualidad que el Instituto
de la película de Cantet sea público, laico y republicano. La política empieza allí y su
práctica es fundamental para tejer los cimientos de una sociedad que es multicultural.
En Entre muros no se propaga un saber unidireccional. El profesor no
es quien lo conoce todo y los alumnos quienes escuchan aletargados. François se hace respetar a partir del diálogo. La
educación pone en práctica los principios de la mayéutica socrática, donde lo
importante no reside en generar verdades, sino en plantear dudas. François
Marin enseña lengua y da significado a cada palabra, humaniza el mundo a partir
del lenguaje. Los alumnos aceptan o rechazan sus principios. Nunca se resuelve
nada porque el acto de aprendizaje no funciona como una disciplina, sino como
una experiencia vital.
Para capturar
esta experiencia, Laurent Cantet teje un interesante dispositivo. El punto de
partida es un relato real escrito en 2005 por François Bégaudeau, profesor de
instituto. En el libro -editado en catalán por Empúries-, la literatura se
convierte en documento, en transcripción de una experiencia. La película no
funciona como una adaptación, sino como un ejercicio inspirado en sus páginas.
El profesor real asume como actor el papel de maestro, mientras que unos
alumnos interpretan su propio rol. La clase real se convierte en una clase de
ficción, contemplada por tres cámaras que pretenden capturar los sentimientos y
las contradicciones que genera el paso del tiempo durante un curso escolar. El
valor documental de la experiencia sirve para dar sentido a la cotidianidad,
mientras que la ficción construye la segunda parte de la película, un relato
dramático sobre un alumno amenazado de expulsión por el Consejo de disciplina. La
clase no es ni ficción, ni realidad
sino un apasionante relato real que nos demuestra que para entender el mundo
donde vivimos es preciso dar visibilidad a nuestros institutos.
Por Ángel Quintana
Este artículo apareció en el Suplemento Cultura/s del diario catalán La Vanguardia en febrero de 2009, y se reproduce aquí bajo autorización del autor.