Tramas - Educación, imágenes y ciudadanía
Desde el humor, las caricaturas se permiten denunciar y satirizar al poder. El historiador especializado en historia de las mentalidades y la cultura Maximiliano Salinas investigó el lenguaje de las caricaturas en la prensa escrita chilena desde principios del siglo XIX en adelante y su aporte para la investigación histórica. Sobre este tema, presentó una conferencia en el taller para docentes de Tramas realizado en Santiago de Chile el 20 de agosto. En esta entrevista, Salinas profundiza sobre el valor y el lugar del humor y de las caricaturas en la historia chilena.
Tramas:En la historia, ¿que valor tiene la caricatura?
Maximiliano Salinas: La caricatura es una representación grotesca de situaciones, de personajes. En el caso de nuestra investigación sobre la historia de la caricatura chilena, para nosotros fue un vuelco espectacular de una conciencia histórica, descubrir un personaje, al que le seguimos la pista, Juan Rafael Allende, gran autor satírico chileno. Allende nos permitió darle una mirada desde una perspectiva muy distinta al periodo desde el 1880 al 1910. Fue encontrarnos con el mundo al revés, una historia con una imagen totalmente grotesca, en donde la aristocracia, la burguesía y el clero, y sus personajes solemnes, dignos, intachables e intocables, que ostentaban y representaban la imagen del poder, aparecían caricaturizados. Trabajo que en un segundo momento, espectacular a mi juicio, tomaría la revista Topaze, desde el año 30 al 70 del siglo XX.
T:¿Cual es el fin último de la caricatura; hacer reír, denunciar?
M.S.: Para mí es un componente de ambas cosas. Denunciar haciendo reír. La caricatura hace uso del humor, sigue siendo un pensamiento crítico, pero está ineludiblemente asociado al tema de la risa. A través de la caricatura uno critica, pero al mismo tiempo, somete a lo cómico, al escarnio. Crítica y comicidad juntas, eso es lo que siempre me ha parecido muy atractivo, es una combinación muy explosiva. Produce un efecto más convincente en lo popular, un efecto enorme en la gente. Por eso también es que ha sido tan perseguido. Un ejemplo fue lo sucedido con Juan Rafael Allende, no sólo fue excomulgado una sino dos veces por sus caricaturas, la Iglesia reconoce la fuerza que de esos dibujos emana convirtiéndolos en foco de irreverencia y desprestigio de la autoridad.
T: ¿Desde donde se valora la caricatura; desde la visualidad, desde el texto?
M.S.:Claramente texto y visualidad van juntas. Las caricaturas tanto del siglo XIX como del XX van acompañadas del texto, en las primeras van acompañadas de textos poéticos, de rimas de versos, que van explicando el “mono”. Aunque, creo, la caricatura habla por sí misma de todas maneras, acentuando lo grotesco, expone al personaje situado en las alturas y lo baja a la tierra firme. Históricamente el objetivo de la caricatura era, de alguna forma, dar vuelta la imagen del personaje que se presentaba a sí mismo como solemne, bien constituido y degradarla.
T: En nuestra historia reciente, ¿podríamos encontrar algún ejemplo de ese tipo de caricatura? Por ejemplo, Margarita, personaje de las portadas del desaparecido Fortín Mapocho.
M.S.:Yo diría que no. Margarita lo que hacía más que cualquier otra cosa, era ilustrar un pensamiento. Decía cosas. Diría que era más bien un monito que ilustraba un discurso, una narración. Otra cosa es si hablamos del trabajo de Guillo, en revista Análisis. Ahí si estamos en presencia de caricatura. No olvidemos la caricatura de Pinochet representado en un rey venido a menos, un personaje minúsculo con aires de grandeza.
Hasta ahí, diría yo que existe propuesta. Más recientemente diría que no existen experiencias similares a las de Topaze. El lenguaje que se utiliza hoy es más machacante, más devastador, no hay propuesta, domina la agresividad. Por otra parte, el que no existan hoy expresiones como la caricatura en los medios chilenos pasa también por la pérdida de la capacidad de ser irreverentes, de reírnos. De una democracia de los acuerdos en donde nadie puede decirle nada a nadie, un excesivo resguardo de una institucionalidad que se presenta permanentemente amenazada y que por lo tanto no puede ser tocada. Diría que es un ejercicio de intolerancia que no exista caricatura en la actualidad. ¿Por qué nadie puede reírse tanto de nada? Una borradura que dejó la dictadura.
T: ¿Está en la academia la caricatura?
M.S: No, ni puede estarlo. La academia representa el mundo de lo serio, lo establecido, de las instituciones con sus dogmas, sus autoridades, sus principios. La caricatura desfonda todo eso, busca socavarla desde la raíz. Por ello creo que la academia nunca va a recibirla con aplauso. En ello, creo, está dificultad que ésta entre en los textos escolares. Representa un riesgo su presencia ahí. La caricatura como desprestigio de la clase dominante, hasta donde puede aguantar un texto. De quién se puede reír y hasta donde. Hay un factor editorial que pesa y conflictúa. Por ello veo difícil su inclusión. Sin embargo, defiendo a la caricatura como una fuente de conocimiento. La pregunta que cabe ahí es ¿qué hace la escuela? Los textos oficiales construyen un tipo de narración, un ideal de nación, un conocimiento normado por la narrativa oficial. A su vez, hay algún acercamiento, la utilización de ésta es muy básica, no explicada, no comprometida, es utilizada como una ilustración más, cuando ésta siempre ha representado un discurso contracultural. Lo que creo hace aún más difícil su inclusión en la escuela. Es complicado si persiste aún un tratamiento de las imágenes en los libros de historia, que es un problema de América latina en general, que aún trabaja la temática del héroe. Lo heroico sigue campante y rampante en los textos escolares, cargado de figuras magníficas y retratadas en óleos desde la cintura hacia arriba. Eso da cuenta que persiste un uso meramente ilustrativo de las imágenes, no discursivo.
Sería mucho más fácil incluir una caricatura de Manuel Bulnes, un personaje del 1800, que no genera mayor debate, a poner la de uno más actual o que sea más conflictiva, que remesa el piso.
T: ¿Desde esa perspectiva, podría generar acuerdo el incorporar un tipo de caricatura que respondiera a un interés consensuado? Es decir, representar sin mayor énfasis en uno u otro personaje, lo que tal vez le permitiría ingresar a la escuela.
M.S.: Desde el año 1930, Topaze se dedicó, por decirlo de alguna forma, a repartir palos por igual a las distintas tendencias políticas de la época que retrataba, tuvo la inteligencia de reírse por casi 40 años de todo el mundo. De alguna forma, todos se sentían retratados. Ése era el principal valor de ese lenguaje, no dejar a nadie incólume, todos entraban al baile. Esa capacidad hacía que por ejemplo se generara una exterioridad, en la figura de Verdejo, que no era otro que el pueblo chileno, que veía como las tres principales tendencias políticas se disputaban el poder, y finalmente era el único que en nada se beneficiaba. A nadie le creía. Esa era a mi juicio, su mayor fuerza crítica, su astucia, “mostrar la verdad de la milanesa”.
Otro ejemplo, cuando estudiábamos la guerra civil del ´91 a través de la caricatura de Juan Rafael Allende, lográbamos entender por qué se habían matado 30.000 chilenos entre sí. La historia oficial cuenta de la disputa del Congreso contra las prerrogativas del presidente, sin embargo, para nosotros no podía ser solo eso lo que derivara en una masacre tan grande, 30.000 chilenos no se matan entre sí por una disputa en el Congreso. Reflexionábamos nosotros y encontramos esas respuestas en las revistas caricaturescas tanto a favor como en contra de Balmaceda. Aparecen los personajes que estaban detrás del conflicto. Esa guerra era una lucha de clases entre ricos y pobres feroz, un odio encarnizado de la aristocracia contra el presidente Balmaceda, veían en él una amenaza a la oligarquía y la iglesia. El discurso oficial no da pie a una narración seria de ese tipo. Entonces ahí entra la caricatura como una forma de verdad muy buena, con un discurso incisivo que complementa, que enriquece el conocimiento, que permite el ingreso de la crítica.
El mismo Pablo Neruda utiliza lo caricaturesco, lo satírico, en su Canto General para denunciar a la clase dominante, a través de metáforas utiliza también ese logos, ese lenguaje.
Principalmente más que el consenso, sería la inteligencia y el humor la que permitiría la incorporación de la caricatura. El humor utilizado no con el afán de destruir al otro, la belleza que tiene el humor, el ejercicio estético que se presenta en la caricatura.