Tramas - Educación, imágenes y ciudadanía
Alberto Fuguet es chileno, pero se crió en inglés en la soleada California. A fines de los ´70 y con 13 años, volvió a Santiago sin hablar palabra de español, descolocándose en una ciudad sitiada por el terror. Y fue el cine, en este recorrido, el que le marcó un camino y le ofreció un destino que, curiosamente primero lo convirtió en el portavoz de la llamada "nueva literatura chilena": declaradamente apolítica, urbana y en la vereda opuesta del realismo mágico.
En esta entrevista con Tramas, Fuguet repasa su temprano acercamiento al cine, su experiencia como escritor y como cineasta y aventura ideas sobre el lugar de la escuela para promover modos de leer y modos de ver.
Tramas: ¿Cómo fue tu formación audiovisual?
Alberto Fuguet: Tuve una relación más cercana con la tele que con el cine y me da la impresión de que eso sucede a todos, sobre todo a una generación que está desde los ´80 en adelante. Todos nos criamos más que viendo películas, viendo series como "El hombre nuclear" o "Los Ángeles de Charlie" y también fuimos criados con programas infantiles muy importantes, como Plaza Sésamo. Ir al cine era algo que se iba graduando.
T: ¿La escuela jugó algún papel en esta formación?
A.F.: Definitivamente si. Yo me crié en Encino (California), asi que las afueras de mi barrio eran los grandes estudios de filmación. Se dio que resulté un alumno destacado y por lo tanto me incluyeron en un grupo con un programa especial que consistía en retirarnos de la clase para darnos una formación en cine. No nos llevaban a ver películas, nos llevaban para aprender lo más posible a esa edad - entre 8 y 9 años -sobre el mundo audiovisual. Eran visitas a los estudios de cine y televisión y a los laboratorios, donde nos enseñaban a cómo se hacen las películas, los dibujos animados, aprendíamos a filmar. Veíamos películas para aprender cómo se hacen: los efectos especiales, los documentales.
T: ¿Filmaste ya en esa época?
A.F.: Si. Con el grupo que me tocaba nos pusimos a dibujar como locos para poder hacer un corto animado que no conservo pero lo recuerdo perfecto: era una sátira de una película del oeste donde se peleaban pero no se sabía por qué.
T: ¿Qué películas te marcaron por aquella época?
A.F.: Bueno, si bien todas las listas son caprichosas, "La aventura del Poseidón", "Melody", "La novicia rebelde" y "Los muppetts" en cualquiera de sus versiones fueron muy importantes para mi vida en aquel momento. Puede sonar ingenuo, pero esas eran las películas que veían los niños. De todos modos, el cine se volvió fundamental cuando regresé a Santiago.
T: ¿Cómo fue eso?
A.F.: Yo regresé a vivir a Santiago cuando tenía 13 años. No hablaba mucho español y la televisión en Chile me resultaba muy antigua, todavía en blanco y negro y con programas que yo ya había visto. De modo que el cine si me ofrecía una suerte de escapismo, era el lugar donde podía escaparme en Santiago, sobre todo porque estaba en inglés. Yo siempre he pensado que si yo hubiese sido un chico coreano al que traen a Chile, no sé si me hubiese enganchado de esa forma con el cine, porque lo que me pasaba era que el cine estaba en el idioma que yo quería escuchar. Hasta los 16 años vi todo lo que se daba hasta que, en los últimos años de la enseñanza media y los primeros de la universidad, uno empieza a ver películas eligiéndolas. Y siento que esa es una diferencia no menor: elegir las películas que uno ve, por el director. En ese momento, cuando uno elije, puede caer en lo que yo llamo "el esnobismo" de ver cine demasiado sofisticado. Uno crece y hace un equilibrio de ver todo tipo de cine, aún cuando yo he sido un fanático del cine arte, he ido a ver películas importantes aunque no las entendiera del todo.
T: De todos modos, con una formación básica en cine y el fanatismo por las películas, te volcaste a escribir antes que a filmar.
A.F.: Yo ingresé a la universidad de periodismo y filmar en aquel entonces no era una posibilidad ni siquiera remota. Además, si, quería escribir, y por una de esas casualidades fui invitado a participar del taller de escritura de Donoso. Y fui expulsado de ese taller, no de una forma violenta, pero si traumática. Donoso consideraba que los temas que yo tenía dentro mío eran poco literarios. No entendía bien mi infancia, que había sido más cercana a la de la película ET: una infancia en casas suburbanas, donde los niños se quedaban con las mamás o solos si no había sirvienta, y todo era muy nuevo y había piletas y bicicletas. Era un mundo poco novelesco y poco sufrido y también, incluso a nivel visual, no era un pueblo de provincia, no tenía esa cosa "literaria". Se parecía mucho más a los programas de televisión, a la familia Brady o a la familia Patridge. Estéticamente, ese era mi mundo, no era un mundo como podía ser el barrio de La Boca en Buenos Aires. Y, básicamente, Donoso sentía que que mi mundo literario, el disco duro que yo tenía dentro, era poco literario y que era difícil que de allí saliera algo.
T: ¿Cómo si escribir exigiera un cierto nivel de sufrimiento?
A.F.: Exacto. Un nivel de sufrimiento que yo no tenía o con el que no me sentía identificado. Y, volviendo al cine, yo sentía que era más cinéfilo que escritor, que literario. Había visto muchas más películas que los libros que había leído. Donoso notaba eso y en un punto lo veía como un problema, y era cierto, pero eso no me convertía en una mala persona. Yo ya era un cinéfilo y eso para mi era importante, Donoso no lo veía asi. Y entonces ocurrió que, unos meses más tarde de haber sido expulsado del taller, fui al Cine Arte Normandie y vi "La ley de la calle", que es una película que me afectó muchísimo. Sabía que era de un director importante como Coppola, que se daba en el cine arte y que por lo tanto ya venía con el sello de los críticos, y yo sentí que tocaba un tema extremadamente personal para mi. Era sobre chicos perdidos, por asi decirlo, y yo me sentía muy cercano a ese tema, yo tenía la edad de los personajes, y ahí me di cuenta de que uno podía hacer literatura de los temas de uno, que lo importante era la manera en que uno enfrenta el tema más que el tema en sí. Para mi eso fue una súper liberación, fue quebrar con una tranca. Se lo debo a "La ley de la calle".
T: ¿Y esa película de algún modo disparó tu necesidad de escribir desde otro lugar?
A.F.: Totalmente. La vi tres veces seguidas, volví a mi casa y me puse a escribir. Yo ya había escrito antes y a Donoso no le gustaba. Había escrito cosas distintas. Ese día escribí un cuento que me dio mucha satisfacción, ganó un concurso en un diario y es el primer cuento de mi primer libro (Sobredosis, 1990). Yo siento que, de alguna manera, mi carrera por asi decirlo se debió a haber ido a ver esa película. Desde ese entonces empecé a nutrirme del cine para escribir, a usar técnicas cinematográficas para escribir, y allí fue cuando el mundo empezó a girar más en mi favor. También pude liberarme de la experiencia de Donoso, porque yo sentía que lo que yo escribía no gustaba. Y él terminó apoyándome, porque yo regresé a ese taller con un libro publicado que no era para nada donosiano y su apoyo fue súper importante para mi. Pero ya entraba de otra manera, ya no era su hijo, ya había salido a recorrer el mundo...
T: Entonces, empezaste como cinéfilo, te volcaste a la literatura, "fracasaste" pero volviste a escribir gracias a una película. ¿Cómo fue volver al cine, esta vez como realizador y viniendo de la literatura? ¿Hubo un aprendizaje sobre cómo narrar en el cine o se trató más bien de voluntad personal?
A.F.: Es la suma de las cosas. Incluso para escribir y para ser lector y para ser cinéfilo. Es curiosidad y talento unido a alguien que te despierta más la curiosidad y que te incentiva. Pasar de la literatura al cine fue un paso bastante natural para mi, mi forma de narrar en el disco duro es cinematográfica, no sé hacerlo de otra manera. Si leo un libro, me lo imagino película y me cuesta mucho leer libros que no puedo imaginármelos película. El cine siempre estuvo en mi forma de escribir y pasar a dirigir, en cierto sentido, es parte de lo mismo.
T: En la escuela vos tuviste una formación vinculada al cine. ¿Crees que la escuela puede tener una función importante para promover otro tipo de lecturas, o para trazar puentes entre el cine y la literatura?
A.F.: Sin dudas, si. De ahí a que lo haga, es otro tema. Yo creo que toda persona que a la larga es un lector o que le ha ido bien en carreras humanistas está agradecida de algún profesor que se fijó en él. Hay un factor suerte. Por todos los profesores que no nos han interesado por hacer cosas diferentes, de repente siempre aparece uno que hace que eso si ocurra. Creo que como están las cosas y como están cambiando los tiempos y si la escuela no busca otra manera de hacer leer, se van a quedar sin lectores. Nos vamos a enfrentar pronto a una generación de chicos cuyos padres pueden tener de 25 a 35 años y ya no son lectores. Por lo menos, dos generaciones atrás los padres sí eran lectores y decían "como estos críos no leen". Nos estamos enfrentando quizás a la primera generación alfabeto entera que no han visto jamás a sus padres leyendo. A lo más, los han visto en el ordenador o viendo tv. Me parece que la gente que enseña literatura o los escritores o el mundo editorial no puede construir el mundo audiovisual como una competencia, tiene que tomarlo como un aliado. Si lo toman como competencia, discúlpame pero ya perdieron.
T: ¿Crees que hoy es una competencia?
A.F.: Si es una competencia es como pensar que Uruguay invada a Estados Unidos. Es decir, pueden intentarlo, pero es una causa perdida. No va a resultar. Mejor aliado que enemigo. Creo que aquellos que toman a la literatura como la competencia del mundo audiovisual es gente muy antigua o muy asustada, o que creen que una vieja época fue mejor; y quizás todo eso puede ser cierto, pero la verdad es que estamos en el siglo XXI y si no se hace algo para lograr que la literatura sea más atractiva, puede pasar a ser como la ópera. La ópera ha pasado de ser un arte súper popular a una cosa para gente muy rica. Yo creo que hay que tomar a lo audiovisual y a lo visual como un aliado, y ver todas las formas posibles: ver películas basadas en libros, usar You Tube, hasta que los chicos salgan a filmar la escena que más les gustó del libro, hacerles entender que la literatura es un arte más que narra, que cuenta. Creo que el mayor peligro es creer que la más importante de las artes es la literatura. Yo creo que no lo es. Si es una de las artes importantes, y es narrativa, y también están el cine y la tv como artes narrativas. Hay libros super buenos y libros super malos, como películas y programas de tv súper buenos y súper malos. El medio no hace que algo sea bueno o malo. Hasta hace poco había gente que creía que una persona es más inteligente y hasta mejor persona si lee que si ve. Leer Corin Tellado no te hace mejor persona que ver películas de Woody Allen.
T: ¿Si estuvieses a cargo de un curso en una escuela media, qué películas crees que deberían ver los alumnos/as?
A.F.: Para predicar con el ejemplo, deberían ser películas sobre ellos mismos más que "El ciudadano". Si el curso es más largo, habría que mostrarles todo, pero yo me iría con películas sobre ellos, asi que en esa lista estarían, sin dudas, "Los 400 golpes", "Cuenta conmigo", "La ley de la calle". Siento que hay que darles algo que queden como adictos, que se sientan identificados.