Tramas - Educación, imágenes y ciudadanía
La Miranda que empieza la película no es la misma que la termina. La transformación que sufre pasa por la transformación de sus ideas, de sus expectativas y de las convicciones con las que realiza todos los actos que vemos en la película.
Miranda es una joven mujer limeña, perteneciente a una familia que sufrió las crisis económicas y sociales de fines de los ochentas (primer gobierno de Alan García) y los noventas (Fujimori). Como muchas familias limeñas de clase media, la de Miranda cayó en la decadencia económica y moral que significó esta época. Ya en su adultez, sabemos que tiene un trabajo administrativo en una planta embotelladora, que su madre murió hace poco y que su hermano trabajó como vendedor de seguros hasta antes de caer gravemente enfermo de leucemia. La ausencia del padre desde hace trece años a causa de un crimen, aumenta la gravedad de sus relaciones familiares y establece el eje narrativo de la película: lo que en primera instancia Miranda quiere lograr es recomponer, en lo posible, a su destrozada familia.
Ya en Arequipa, logra el apoyo inicial de Saúl. Con él establece una relación ambigua; al principio cargada por los prejuicios de ambos (ella, como la limeña “blanquiñosa”, pituca; él, como el arequipeño orgulloso y terco), a mitad de la historia demuestran una atracción mutua contenida que no termina de expresarse por la represión de Miranda, quien no logra sentirse cómoda pues está haciendo el viaje por su hermano y la culpa de no poder ayudarlo parece atormentarla. Al final, la tensión cede a la amistad y el compañerismo, y Saúl comparte con Miranda parte de su trabajo en la hidroeléctrica. Se separan después de haber pasado juntos algunas peripecias, pero el comportamiento de Miranda deja pistas para pensar que el conflicto mayor recién va a desarrollarse.
El encuentro de Miranda con pobladores del interior del país y la dura situación económica y social que viven, representada en la sequía que azota la región hace ya un tiempo y los conflictos que de ella se desprenden, la enfrentan por un lado a sus prejuicios, pero por otro parecen tocarla en un lado más íntimo, el de las desgracias de su familia. Pero Miranda busca aislarse, casi siempre conectándose a su reproductor de música y sus audífonos. Es recién cuando ve la muerte de un joven hombre, hijo de amigos de Saúl, a causa de diferencias familiares acrecentadas por los problemas de la sequía, que Miranda se dejará tocar por la realidad de los demás, identificándola con elementos de su propia historia.
Al llegar al pueblo de Sibayo y encontrarse con su padre es que se revelan las verdaderas intenciones de Miranda y su conflicto principal. Ella no ha hecho todo el viaje para salvar a su hermano, sino para darle la última oportunidad a su padre de recomponer la familia que destruyó con su fuga, años atrás. Lo que Miranda quiere es justicia, pero como castigo. Esa es la prueba del título de la película: con su hermano muerto meses atrás, la culpa del padre sólo puede limpiarse, para Miranda, haciéndolo pasar por la prueba de la lealtad final a su familia, comprometiéndolo a regresar a Lima para salvar a su hijo, a pesar de que eso pueda poner en peligro su libertad y su nueva familia. El no pasar esa prueba significa, para Miranda, la obligatoriedad de la justicia; en este caso, como castigo.
Con la llegada de la lluvia el mismo momento en que se disponía a denunciar a su padre, lo que Miranda descubre es que esa recuperación de su familia mediante el castigo no es tal, y que no está en manos de su padre la salvación final, sino en las de ella, y no mediante la justicia sino el perdón, el último de los mecanismos que probablemente le permitan ser feliz. E intentar (re)construir algo en el futuro. Esa es en realidad la prueba por la que ella tiene que pasar, y su resolución termina, esperanzadora, en un final semiabierto que el espectador debe terminar de construir.