Tramas - Educación, imágenes y ciudadanía
La historia de Chuqui Orozco se nos presenta a través de dos canales de información: la voz que lo representa y que nos habla de su vida, y las imágenes que vemos en las que él se encuentra mezclado con otros tantos cargadores que comparten su historia. No sabemos con certeza quién es Chuqui, pues a la larga no es un solo personaje: son varios Chuquis los que aparecen en el documental. Chuqui no es un sólo hombre, es un modelo, un paradigma. En este sentido, su vida (la que escuchamos en la narración de la voz en off y la que vemos en las imágenes que se nos muestra) es, abiertamente, la de muchos otros cargadores: nació, creció y vive en el mismo pueblo andino, habla español y quechua, tiene familia (y problemas con ella) y sabe que su nivel económico es pobre, pobre en comparación al de aquellos a quienes sirve, a los extranjeros que representan tanto los limeños como los “gringos”, ese otro gran grupo de “otros”, que no son peruanos, que no hablan español. Comparados con ellos, los limeños pueden ser “peores”, pues a pesar de hablar español y ser peruanos como él, no se muestran más solidarios: al contrario, él siente que lo desprecian. Y él se desquita sutilmente, mejor dicho, deja que la vida lo desquite pues sabe que aunque les duela, todos los gringos dependen de él. Chuqui sabe que el reconocimiento se termina con la foto de recuerdo y con la paga, que las diferencias serán las mismas con el próximo grupo de turistas y que su situación no cambiará demasiado con el paso de los años. Conoce gente que se ha ido a Lima, buscando un futuro mejor, y han recibido más desprecios de los que se pueden manejar. Esa no será su opción. Sabe que su situación no mejorará, pero la acepta con ironía, sabiendo que los otros, los gringos, en el fondo no son mucho mejores que él. Y que tal vez, no la pasan tan bien, tampoco.