Tramas - Educación, imágenes y ciudadanía
Miranda recuerda cuando su familia empezó a colapsar en medio de una sociedad deteriorada por la corrupción y el terrorismo. Después de trece años, se encuentra con la urgencia de buscar a su padre, prófugo de la justicia, pues su tipo de sangre puede salvar la vida de su hermano menor, Tomás. Ella emprenderá una búsqueda incierta, contra el tiempo, hacia la ciudad de Arequipa donde su padre ha sido visto por última vez, hace cinco años. Una tía cree que puede estar escondido en el pueblo de Sibayo, esperando que su pena prescriba. Saúl, un joven ingeniero hidráulico, acompañará a Miranda en este difícil viaje en el que hará una revisión de su pasado. Junto a él descubrirá una región golpeada por la sequía donde la esperanza y la desesperación conviven y se manifiestan en pequeñas procesiones o en mágicos rituales que los campesinos celebran en las cumbres de los cerros, convencidos de que Dios los está castigando, o en angustiados ajustes de cuentas por el control del agua. Los hechos del camino confrontarán a Miranda con su idea de justicia, pero la fortalecerán para el encuentro con su padre, a quien le tiene preparada una exigente prueba de la cual dependerá la vida de su familia.
La historia de Miranda que vemos en la película, regresa en varias ocasiones a episodios de su niñez, donde comenzó su crisis familiar. La suya era una tradicional familia limeña de clase media con aspiraciones, en la que el padre, de origen arequipeño, tenía un cargo de confianza en un ministerio. Las menciones a la hiperinflación y la corrupción de funcionarios del estado, especialmente relacionada con el uso de fondos públicos, nos permite situar la infancia de Miranda en la segunda mitad de los ochentas, durante el primer gobierno de Alan García. Ignacio, su padre, es uno de esos funcionarios que desvió fondos públicos a cuentas privadas, aprovechando su posición en la administración pública y confiando en que sus contactos le permitirían realizar un negocio redondo, con el que obtener ganancias y poder “devolver el préstamo”, sin dejar huella. Al final las cosas no salieron cómo él esperaba, y abandona a su familia para esconderse, en algún lugar del Perú, a esperar que su crimen prescriba y le sea posible reaparecer frente a los suyos. Trece años después del abandono de su padre, Miranda decide salir a buscarlo a Arequipa, donde fue visto por última vez. Arequipa, la ciudad blanca, es la segunda ciudad del Perú en orden de importancia económica y cultural. Los arequipeños son conocidos por el orgullo que sienten por su tierra e incluso bromean con la idea de que son una república aparte dentro de la República del Perú. El enfrentamiento entre Miranda y Saúl, la limeñita blanca y el arequipeño orgulloso, hacen referencia a la rivalidad tradicional que hay entre las dos ciudades. Cuando Miranda llega a Arequipa, su tía le informa que es posible que su padre esté escondido en Sibayo, un pueblito del valle del Colca, pues el abuelo tenía tierras en ese lugar y porque se trata de un lugar alejado, donde es casi seguro que nadie lo buscará. El valle del Colca se sitúa en la parte norte del departamento de Arequipa, en la sierra sur del Perú, a 3,500 metros sobre el nivel del mar. En las márgenes del río Colca hay un total de catorce pueblos fundados por los españoles en el S. XVI, todos ellos con una iglesia colonial conservada en el tiempo. Uno de ellos es Sibayo. A pesar de su belleza única, el valle sigue siendo un lugar de difícil acceso pues no hay vías de comunicación adecuadas para llegar a sus diferentes pueblos. Además, como suele ocurrir en los pueblos andinos, la población vive en condiciones precarias, sin los beneficios de las grandes ciudades ni la presencia oportuna del Estado.
La Miranda que empieza la película no es la misma que la termina. La transformación que sufre pasa por la transformación de sus ideas, de sus expectativas y de las convicciones con las que realiza todos los actos que vemos en la película.
Miranda es una joven mujer limeña, perteneciente a una familia que sufrió las crisis económicas y sociales de fines de los ochentas (primer gobierno de Alan García) y los noventas (Fujimori). Como muchas familias limeñas de clase media, la de Miranda cayó en la decadencia económica y moral que significó esta época. Ya en su adultez, sabemos que tiene un trabajo administrativo en una planta embotelladora, que su madre murió hace poco y que su hermano trabajó como vendedor de seguros hasta antes de caer gravemente enfermo de leucemia. La ausencia del padre desde hace trece años a causa de un crimen, aumenta la gravedad de sus relaciones familiares y establece el eje narrativo de la película: lo que en primera instancia Miranda quiere lograr es recomponer, en lo posible, a su destrozada familia.
Ya en Arequipa, logra el apoyo inicial de Saúl. Con él establece una relación ambigua; al principio cargada por los prejuicios de ambos (ella, como la limeña “blanquiñosa”, pituca; él, como el arequipeño orgulloso y terco), a mitad de la historia demuestran una atracción mutua contenida que no termina de expresarse por la represión de Miranda, quien no logra sentirse cómoda pues está haciendo el viaje por su hermano y la culpa de no poder ayudarlo parece atormentarla. Al final, la tensión cede a la amistad y el compañerismo, y Saúl comparte con Miranda parte de su trabajo en la hidroeléctrica. Se separan después de haber pasado juntos algunas peripecias, pero el comportamiento de Miranda deja pistas para pensar que el conflicto mayor recién va a desarrollarse.
El encuentro de Miranda con pobladores del interior del país y la dura situación económica y social que viven, representada en la sequía que azota la región hace ya un tiempo y los conflictos que de ella se desprenden, la enfrentan por un lado a sus prejuicios, pero por otro parecen tocarla en un lado más íntimo, el de las desgracias de su familia. Pero Miranda busca aislarse, casi siempre conectándose a su reproductor de música y sus audífonos. Es recién cuando ve la muerte de un joven hombre, hijo de amigos de Saúl, a causa de diferencias familiares acrecentadas por los problemas de la sequía, que Miranda se dejará tocar por la realidad de los demás, identificándola con elementos de su propia historia.
Al llegar al pueblo de Sibayo y encontrarse con su padre es que se revelan las verdaderas intenciones de Miranda y su conflicto principal. Ella no ha hecho todo el viaje para salvar a su hermano, sino para darle la última oportunidad a su padre de recomponer la familia que destruyó con su fuga, años atrás. Lo que Miranda quiere es justicia, pero como castigo. Esa es la prueba del título de la película: con su hermano muerto meses atrás, la culpa del padre sólo puede limpiarse, para Miranda, haciéndolo pasar por la prueba de la lealtad final a su familia, comprometiéndolo a regresar a Lima para salvar a su hijo, a pesar de que eso pueda poner en peligro su libertad y su nueva familia. El no pasar esa prueba significa, para Miranda, la obligatoriedad de la justicia; en este caso, como castigo.
Con la llegada de la lluvia el mismo momento en que se disponía a denunciar a su padre, lo que Miranda descubre es que esa recuperación de su familia mediante el castigo no es tal, y que no está en manos de su padre la salvación final, sino en las de ella, y no mediante la justicia sino el perdón, el último de los mecanismos que probablemente le permitan ser feliz. E intentar (re)construir algo en el futuro. Esa es en realidad la prueba por la que ella tiene que pasar, y su resolución termina, esperanzadora, en un final semiabierto que el espectador debe terminar de construir.
La prueba comparte con la película argentina Papá Iván, incluida y trabajada también en este portal, un conjunto de guiños y señales acerca de cuestiones que ponen en foco la difícil relación entre padres e hijos. Vínculos marcados por el descuido, el abandono, en los que los realizadores en ambos casos intentan profundizar. Pero hay algo más que ambas producciones comparten y que nos señala un particular interés: Ambas películas han sido dirigidas, realizadas por mujeres. Creemos que este dato no es menor.
Les proponemos indaguen a lo largo de la película qué marcas encuentran de una mirada femenina en lo que se refiere a las relaciones de alteridad, a cuestiones vinculares que destacan la necesidad del cuidado del otro.
Miranda tiene una visión de justicia necesaria, real, pero dolorosa. Al principio, para ella la justicia pasa por la prueba y después por el castigo. Va en busca de su padre para ponerlo a prueba y, segura de sus fallas y debilidades, va lista a castigarlo. Tiene la esperanza de que esta justicia ordenará las cosas, le dará paz. Pero la decepción y el dolor a los que se enfrenta al confirmar las debilidades de su padre, en nada la benefician, finalmente. Su padre mismo, una vez más, se reconoce débil, incapaz de sacrificarse, aunque en esta ocasión tenga como pretexto salvar la segunda familia que ha podido construir. Los personajes se descubren llenos de errores y faltas, incompletos. La justicia no les basta para reconstruirse pues pasado su efecto devastador, seguirían siendo los mismos.
Cuando Miranda y Saúl, camino de Sibayo, son testigos del velorio del hijo de uno de los pobladores de la zona, se enteran de las largas rencillas familiares, atizadas por la sequía y la administración del agua y los terrenos, que han desembocado en esta muerte. Saúl le pide al padre lloroso, amigo suyo, que termine con el odio y que busque una solución pacífica. Miranda mira a las mujeres lavar las prendas ensangrentadas del hijo recién asesinado. Sufre con ellas pues se identifica con su dolor.
Cuando Miranda finalmente le confiesa a su padre que Tomás ha muerto hace más de tres meses, entendemos que el dolor que compartía con las mujeres era mucho más directo y fuerte de lo que podíamos saber entonces. Entendemos su actitud y el deseo vehemente por que se haga justicia, por que el responsable de su dolor reciba lo que por ley le espera. Pero, ¿y la esperanza de Miranda por reconstruir su vida? ¿Y su deseo profundo por reconstruir, en lo posible, a su familia?
A punto de denunciar a su padre, quien ha fallado la muy particular prueba que tenía preparada, comienza a llover. Se ha terminado la sequía y la esperanza se renueva entre los pobladores del valle. ¿Terminará el odio? ¿Podrán cambiar las cosas? Para Miranda, quien cuelga el teléfono y cambia de expresión, esbozando una sonrisa por primera vez en toda la película, parece que sí.
Entre Miranda y Saúl saltan los prejuicios apenas comienza a establecerse la confianza. “Típica limeñita creída” y “cholito acomplejado” serán los detonantes para su primera separación, cuando Saúl la desembarque de su camioneta en medio de la inmensidad y sequía del valle. Pero Saúl tiene la camioneta y ella sólo su orgullo, así que cuando él regrese a ver si la lección fue aprendida, Miranda volverá a la camioneta, con la expresión molesta pero la boca cerrada. Al final, son iguales. Ella depende de él, pero la bondad de éste hará que no se aproveche de la situación.
No existe esa igualdad con el poblador que es llevado por Saúl en un tramo del camino. Al contarles sus creencias será juzgado por Miranda y por Saúl mismo, y escuchado con aprecio sólo por Andrés, el viajero argentino y también eventual compañero de camino. Cuando Miranda descubra que su billetera ha desaparecido, el campesino será el único sospechoso. De manera simple descubriremos que el ladrón fue Andrés y que tanto Miranda como Saúl tienen los mismos prejuicios a la hora de juzgar a los campesinos de la zona, los “pobres indios”; como harían todos los peruanos, parece decir la película.
Pero lo peor a lo que deben enfrentarse los pobladores del valle no es a los prejuicios de los citadinos, sino al abandono generalizado en el que se encuentran. Administrando sus tierras solos, sin el apoyo apropiado para desarrollar infraestructura que les permita superar problemas como el de la sequía (de lo que también se queja Saúl), sin justicia más que la que ellos mismos pueden ejercer, la problemática de los pueblos del valle del Colca es la misma que la de otros pueblos andinos; el abandono total del estado.
La prueba nos lleva por diferentes caminos salpicados de nostalgias, dolores, esos que surgen cuando nos desplazamos con el recuerdo y la imaginación hacia la trama de un tiempo pasado que supuestamente se cree posible recuperar. Es la búsqueda de su padre, el deseo de justicia y recomposición familiar, no sin grandes dificultades, que llevarán a la protagonista por inciertos caminos que harán posibles que algo en su interioridad, en su modo de ver, de juzgar y de relacionarse con los demás se vea modificado. Reflexionen sobre estas cuestiones a partir de indagar sobre el lugar que tiene el viaje en el film. El viaje como movimiento, como traslado, hacia nuevos lugares, nuevas palabras, nuevas relaciones que permiten quebrar algo de lo que parecía anteriormente inmodificable.
Hay dos elementos principales para desarrollar visualmente la historia, que es el desarrollo de las emociones y convicciones de Miranda: el rostro y las expresiones de Jimena Lindo, la actriz que la encarna, y la inmensidad y soledad de los paisajes del valle del Colca. Pero además del Colca, hay otros espacios que funcionan para contextualizar el origen y el final del conflicto y la transformación: las ciudades, Lima y Arequipa, como los espacios en los que la presencia del padre en el pasado hacen que Miranda recuerde y con el recuerdo nos presente sus intenciones, y el pueblo de Sibayo, lugar de encuentro final y espacio de reconstrucción personal del padre.
Los más ricos son, en primer lugar, el Colca presentado como una especie de desierto andino, siempre del color de la tierra seca y, eventualmente, del blanco de las canteras de sillar, que contrasta sólo con el cielo y con los eventuales pobladores que lo cruzan, con sus ropas y sus animales. Y en segundo lugar, la ciudad, especialmente Lima, donde se desarrollan los recuerdos de Miranda, en espacios cerrados que dejan adivinar la casa familiar, la cotidianeidad de las clases de natación, o del hospital, por ejemplo, pero donde lo más importante son los vínculos entre los personajes.
En el Colca, Miranda será siempre pequeña, algo que contrasta con la inmensidad y la soledad. La camioneta de Saúl funciona como una especie de aislante de esa realidad, la solidaridad que la protege y sin la cual no podrá hacer nada. Los planos encuadrados dentro de la camioneta construyen el espacio en el que se crea el vínculo entre ambos.
Los planos en general son quietos y no suele haber movimientos de cámara, más que aquellos exigidos para el seguimiento de la escena (como las escenas al interior de la camioneta). En los interiores, a diferencia de las escenas en el exterior, el espacio no tiene tanta importancia, a excepción de algunas escenas clave en Sibayo, como la comida en el comedor familiar de la casa del padre, donde Miranda es reconocida, o el reencuentro de ambos al interior de la iglesia, donde ella va a refugiarse ante la primera negativa de él de acompañarla a Lima.
El primer encuentro de ambos, en la bodega de la que él es propietario, tiene una carga dramática especial. Después de haber visto a Miranda, su rostro, sus preocupaciones, de haberla visto contrastada a la inmensidad del espacio, la vemos entrar a esta pequeña bodega donde se la sentirá igual de sola que en el medio del campo. El plano es muy abierto y tomado desde la parte alta de la habitación nos muestra a una Miranda enfrentándose por primera vez a su destino, a aquel que ha ido a buscar a este pueblito perdido. Él aparenta no reconocerla y creerle cuando se cambia de nombre y le miente sobre su trabajo en el pueblo, pero amable, le ofrece hospedaje. La escena es fugaz pero funciona por la tensión de la situación y las expectativas que genera.
Como en otras películas, la voz es la fuente principal de información sonora. Pero, dado que se trata de presentar el desarrollo emocional y la transformación del personaje de Miranda, la música y los sonidos cobran especial importancia en los momentos en los que está sola, recordando, tomando decisiones. En ocasiones el silencio es tratado con cuidado y respeto para concentrar la atención del espectador en las acciones y el entorno del personaje (las fotografías que está observando, su rostro preocupado o asustado en el espejo). En otras es la música incidental la que nos acerca a su mundo particular y a las transformaciones que sufre. Normalmente presente en los momentos de soledad del personaje, hace una aparición especialmente significativa para reforzar la idea de aislamiento emocional en el que se encuentra Miranda cuando, en la camioneta de Saúl este pone música tradicional en la radio y ella se aísla colocándose los audífonos de su reproductor de música. La imagen de Miranda, aislada con sus audífonos suele ser acompañada con el sonido lejano de la música que escucha a través de ellos, alejándola de la naturaleza del espacio que la rodea.
Otros dos momentos donde la banda sonora y la música cobran importancia dramática especial son, primero cuando despedida de la camioneta por Saúl camina unos cuantos kilómetros, sola en el medio de las alturas de valle y se cruza con un campesino que llora a sus llamas muertas por la sequía. El otro momento es el velorio del joven hijo de un amigo de Saúl, donde el llanto de las mujeres, el agua del riachuelo donde lavan sus ropas ensangrentadas y la música conforman una escena auditiva triste, que se va volviendo más fuerte, golpeando a Miranda (y al espectador).