Tramas - Educación, imágenes y ciudadanía
En la película el poder se ejerce en forma privada. El espacio público como instancia de discusión y decisión colectiva sobre problemáticas comunes a una comunidad (o sociedad, o población) no aparece. Al contrario de lo que sucede en las sociedades modernas, la regulación sobre la vida y sobre la muerte la ejerce un contrato de palabra privado entre las dos familias.
El crimen, en la película, aún no se relaciona con la idea de infracción y de ley que la regula como en las sociedades modernas, sino que continúa manteniéndose la idea de daño moral. No hay un poder político que se sienta atacado, una sociedad que vea la necesidad de hacer pagar por el daño que un individuo ha cometido, no hay tal criminal que realice un mal social, sino que, al contrario, ese mal podría ser perpetuado en el futuro hasta que sólo quedara un charco de sangre.
Por ejemplo: el poder de hacer vivir o no a la familia dependerá pura y exclusivamente de la palabra del padre, en algún punto incuestionable. Él es el centro por el cual el poder circula: controla la disciplina de los cuerpos, ordena a sus familiares quién trabaja, haciendo qué, y en qué momento; en una palabra, hace de su familia sus súbditos. La autoridad patriarcal se impone, dando una direccionalidad del poder que podríamos presentar como descendente, impuesta, dejando por fuera del alcance de los integrantes del grupo la posibilidad de cuestionar. Los patriarcas conocen con acertada exactitud cuándo sus descendientes van a morir (saben quién va a ser el encargado de matarlos), y tienen claras cuáles son las cuestiones que sus hijos tienen que resolver antes de que acontezca un nuevo ciclo lunar. Por ejemplo, al regresar Tonio Breves de matar a un Ferreira, su padre le recuerda que aquél ya sabe lo que tiene que hacer a partir de ese momento, entre esas cosas arreglar el techo del taller, por las dudas que llegara a llover durante los próximos meses.